martes, 24 de febrero de 2009

La máquina y la noche

Cuanto más me pierdo, más gano y me convierto en ese niño que juega y no quiere volver a casa.

Me dejo llevar a la ilusión de construir contigo máquinas imposibles. Pensamos cada elemento rigurosamente, asegurándonos de que será lo bastante loco como para merecer existir. Si un detalle absurdo se nos escapa a uno de los dos, el otro lo recupera para ese electrodoméstico magnífico.
Me rio y tengo tu risa hecha de letras. Con eso me basta.

Entre juegos me dejo caer cada vez más en un ensueño al que me abandono, como el sediento que se ahoga en un río entre feliz y confuso.

Después de política, activismo, ingenierías varias, lecturas y cine (me pregunto por qué nada de música); después de sentirme feliz por tu claridad, tu inteligencia, tu dulzura, tu tacto infinito, con ese cuidado espontáneo para no dañarme, quizá sin saber cuán vulnerable era a tus palabras; después de beber del alegre manantial que brota de ti; después de todo y de que se acabe el tabaco y la noche, de regreso a mí, el miedo vuelve.

Disimulo, intentando fingir que nada se ha roto. Pero hace muchos minutos que ya nada es igual, que en niño ha muerto (el primero que muere pierde), y te ofrezco una imagen patética aferrándome a un mundo que no existe, desesperado por seguir respirando tu compañía. Pero ya es de día y tu ya has cenado y me esperan en la oficina y has de dormir y se hace evidente que no llegarán hallacas por Internet.